MATRIMONIO, DIVORCIO, Y NUEVO MATRIMONIO
por Jay Adams
Esto es un estudio sobre el matrimonio por Jay Adams de 16 capítulos
CONTENIDO de Matrimonio Divorcio y Nuevo Matrimonio
Introducción
Capítulo 1: Algunas consideraciones básicas sobre el matrimonio
Capítulo 2: ¿En qué consiste el matrimonio?
Capítulo 3: El lugar del matrimonio
Capítulo 4: Una actitud bíblica sobre el divorcio
Capítulo 5: El concepto del divorcio
Capítulo 6: ¿Qué es el divorcio?
Capítulo 7: Los dos grupos de 1 Corintios 7
Capítulo 8: El divorcio entre los creyentes (Consideraciones preliminares)
Capítulo 9: El divorcio entre los que forman un yugo desigual
Capítulo 10: La cláusula de excepción
Capítulo 11: Cristo, Deuteronomio y Génesis
Capítulo 12: El origen del divorcio por el pecado sexual
Capítulo 13: El nuevo casamiento
Capítulo 14: El nuevo casamiento después del divorcio
Capítulo 15: Personas con un historial
Capítulo 16: Forma de tratar el divorcio y el nuevo casamiento
INTRODUCCIÓN de Matrimonio, Divorcio
Éste no es un libro sobre el matrimonio en sentido primario, aunque he tenido que decir mucho sobre el matrimonio (para más detalles ver mi libro Vida cristiana en el hogar. No hay manera de hablar sobre el divorcio y el nuevo casamiento sin discutir primero el matrimonio.1 No quiero decir que hayamos de tratar el matrimonio de modo exhaustivo, pero hay necesidad de considerar los principios básicos. Sin esto como fondo, es difícil ver el punto de vista bíblico sobre el divorcio y el nuevo casamiento.
Los temas tratados en este libro implican cuestiones de gran interés para la Iglesia. Si bien no todos los problemas pueden ser resueltos en estas páginas, espero que el lector estará de acuerdo en que se resuelven bastantes. Debido a que los asuntos del divorcio y el nuevo casamiento han sido evitados en el pasado reciente, hay poco material sustantivo a disposición. Los comentaristas lo discuten brevemente, de paso, cuando tocan los pasajes pertinentes en la Biblia. De vez en cuando se oye algún sermón que toca algunas de las cuestiones fáciles. Pero, de modo fundamental, la dirección de la Iglesia ha ido a la deriva, y los miembros la han seguido.
Cuando hace veinticinco años empecé oficialmente mi ministerio como pastor de una iglesia en la sección occidental de Pennsylvania, los cristianos apenas hablaban del divorcio y el nuevo casamiento. No es que estas cuestiones fueran tabú; es que no parecía que fuera necesario. Aparte del libro de John Murray, virtualmente nadie escribía sobre estas cuestiones. Hoy, naturalmente, los estantes de las librerías cristianas están atiborrados de libros sobre el matrimonio y el divorcio, aunque uno pierde las ganas de seguir leyendo la mayoría de ellos una vez ha dado una ojeada a varias páginas. Pero en aquellos tiempos las cosas eran así. ¿Por qué?
No veíamos la necesidad de discutir la familia por cierto número de razones. En primer lugar, estábamos liados en una lucha de vida o muerte con el modernismo o liberalismo, y estábamos perdiendo la mayoría de las batallas. Las instituciones cristianas a docenas caían en mano modernistas; los conservadores eran echados de sus iglesias, en tanto que las denominaciones, una tras otra, pasaban bajo el control de líderes no creyentes. La radio (la TV religiosa estaba sólo en su comienzo) pertenecía a los modernistas. Los evolucionistas iban a la cabeza. Los conservadores estaban sentados frente a sus iglesias, caídos y vendándose las heridas. La lucha era encarnizada por todas partes, y pocos los recursos o el personal. En realidad, en comparación con la abundancia de materiales de hoy, se publicaban muy pocos libros de cristianos. Las grandes editoriales las dirigían los modernistas, y modernista era el personal. Los editores conservadores eran pocos y pequeños, y el mercado conservador era escaso. Los cristianos que creían en la Biblia eran una pequeña minoría.
Los conservadores estaban a la última pregunta. Y en aquellos días, gran parte de ellos eran dispensacionalistas, del tipo de los que decían: «Pronto habrá llegado el fin. Ésta es la hora undécima. Si podemos resistir por un año o dos, el Señor vendrá dentro de poco.» Esto significaba que se hacían muy pocos planes de largo alcance, y no había nadie a la ofensiva, activo, agresivo; había, pues, una preocupación mínima sobre las familias.
Unido a estas actitudes estaba el hecho de que no quedaban muchos recursos, tiempo o energía para producir. Lo que quedaba se utilizaba en la defensa. Algunas cosas tenían que ser sacrificadas. Por desgracia, lo que se procuraba cultivar eran cosas distintas de las que trata este libro.
En tanto que esta explicación no excusa a la Iglesia, sí explica por qué toda una generación (la mía) creció con una instrucción muy escasa o ninguna sobre la vida cristiana (en general) y el matrimonio y la familia (en particular). No nos quedaba más recurso que avanzar dando tropiezos, no siempre por el camino recto, cuando teníamos que aprender lo que ahora podemos pasar a la próxima generación.
El ministro joven que empieza hoy vive en una era totalmente diferente. La situación ha cambiado radicalmente. La verdadera iglesia está ahora encima; son los modernistas que van de capa caída. Los conservadores ahora tienen los recursos máximos y avanzan hacia adelante. Los seminarios están a rebosar de estudiantes, y hay libros sobre todas las fases de la vida. (En realidad, el problema hoy es abrise paso entre la plétora de publicaciones para descubrir lo que vale la pena.)
Y, con todo —incluso con este cambio—, ha habido pocos libros sobre el divorcio y el nuevo casamiento, virtualmente ninguno bueno, aparte de los mencionados en -el prefacio. Hay libros anecdóticos, que nos cuentan las luchas y tribulaciones de los matrimonios naufragados, sermones que denuncian el divorcio, pero todavía hay pocas obras que consideren estas materias exegética y teológicamente. Los pastores, como resultado, están desorientados. Sus consejos de iglesia son confusos.
Los seminarios, en gran parte, esquivan el tema, y el público cristiano está totalmente perplejo. Incluso muchas cuestiones sobre el matrimonio quedan todavía por clarificar.
Añádanse a esta confusión todas las nociones eclécticas importadas de origen psicológico o psi-coterapéutico pagano, y rocíense con algunas ideas populares junto con algunos conferenciantes bien intencionados (pero equivocados), y tendremos todos los ingredientes necesarios para un brebaje más bien áspero al paladar. Hay más libros que psicologizan las Escrituras cuando discuten el divorcio, que libros que hagan una exége-sis seria en su intento de comprenderlo y explicarlo. Es evidente, pues, que la necesidad de estos materiales es grande.
Pero esto no es todo. Hubo un tiempo en que el pensamiento de la Iglesia (equivocadamente) creía que podía depender de la sociedad en general para dar apoyo e instruir a los jóvenes sobre el matrimonio.2 Los educadores, los políticos, los líderes populares, y casi todo el mundo (incluidos los departamentos de policía), en aquel entonces adoptaban una posición clara y explícita en favor del matrimonio y contra el divorcio.
El matrimonio y la familia en nuestro país tenían asientos en primera fila, junto a la maternidad, la bandera norteamericana y la tarta de manzana. Así, toda una generación (o dos) creció sabiendo que estaba a favor del matrimonio, aunque no sabía por qué. Bíblicamente éramos analfabetos respecto a la familia, el matrimonio, el divorcio y el nuevo casamiento.
Hoy se ven muchas diferencias: la gente ya no piensa tanto que la bandera norteamericana, la maternidad y la tarta de manzana sean intangibles. Los jóvenes han visto quemar la bandera, los adherentes a la ERA y las lesbias han denunciado la maternidad, y espero que el FDA o el cirujano general, uno de esos días, va a prohibir la tarta de manzana como «peligrosa para la salud». Los tiempos han cambiado. La familia no ha quedado inmune; junto con otros valores axiomáticos, el suyo ha sido puesto en duda. En realidad, la familia está sometida a serios asaltos; ¡no es de extrañar que haya tantos divorcios!
Los matrimonios de tipo abierto y otra docena de variedades son defendidos en las escuelas; los programas de TV han popularizado el divorcio y el nuevo casamiento, lo han hecho aceptable y aún lo glorifican; y a los jóvenes se les dice que el matrimonio es una invención humana y que ahora ya no es necesario cuando hemos llegado a la «mayoría de edad». Se nos dice que ha dejado de ser útil y que en el mejor de los casos es inofensivo, si bien innecesario, un vestigio o reliquia del pasado. Estamos ya más allá de la necesidad de un matrimonio para que controle la vida humana. Si hoy es más conveniente no casarse, cuando ya no somos tan cándidos sobre los métodos anticonceptivos, pues uno deja de casarse. Después de todo, el matrimonio tiene sus inconvenientes, ¿no? Y si el hombre lo inventó como una conveniencia, ahora que están a disposición la píldora y los abortos a petición legales, el hombre puede prescindir del matrimonio, pues ya no es necesario.
Bajo esta clase de ataque por parte de teólogos modernistas, los políticos, maestros, médicos y otros, la juventud cristiana está confusa. Han crecido sin una instrucción bíblica sólida, positiva, sobre el matrimonio, tanto de sus padres como de la Iglesia, y ahora sucumben al bombardeo de estas ideas negativas sobre el matrimonio y la familia.
Esta nueva situación exige una nueva respuesta de la Iglesia y del hogar cristiano. Hemos de aprender a discutir los elementos básicos del matrimonio y del divorcio. Ya no podemos seguir dependiendo de instituciones sociales para que lo hagan por nosotros. (En realidad nunca han podido. Siempre han apoyado el matrimonio por razones no bíblicas y, por tanto, han sembrado la semilla de su destrucción.) Si no lo hacemos nosotros, podemos estar seguros de que el mundo les va a enseñar sus ideologías. Y ahora que el mundo ha salido de su escondrijo, abiertamente expresa las ideas de la «nueva normalidad» que ya estaban presentes antes, pero debajo de la mesa. Es imposible, pues, que los cristianos se queden mano sobre mano en tanto que nuestra juventud va siendo corrompida.
En épocas anteriores, cuando teníamos entablada la batalla con el modernismo, cuando los recursos eran tan limitados y cuando la sociedad abiertamente apoyaba algo similar a los ideales cristianos del matrimonio y el divorcio, podía ser fácil dejar dormir toda la cuestión. Además, como había tan poco divorcio, en general (y especialmente en la Iglesia), el divorcio representaba una tentación en la cual la Iglesia no se creía que iba a tropezar. El creyente cansado de luchar podía fácilmente razonar (con alguna justificación): «¿Por qué defenderse contra el perro si está durmiendo? ¿Quién lucha contra la familia, después de todo? ¿Por qué preocuparse de este tema?» Pero, aunque entonces no era del todo erróneo hablar de esta forma, ¿quién puede dejar de ver que hoy es falso? La guerra que luchamos hoy es en un frente distinto: el frente pasa por el hogar.
En cierta forma, pues, estamos en mejores condiciones que nunca antes. Este ataque más abierto, menos sutil, sobre la familia, ha forzado a la Iglesia a volver a la Biblia y renovar el estudio del matrimonio y el divorcio, que había sido descuidado durante tanto tiempo. Esto, desde el punto de vista de su responsabilidad, es algo bueno (aunque las razones de la presión que se le hace son muy tristes).
A menos que nos lancemos ahora a mostrar lo que tenemos —ya no podemos esperar más—, todos los valores cristianos quedarán arrastrados. Y la próxima generación de cristianos va a crecer como los infieles, siguiendo sus sentimientos sobre estas materias, en vez de seguir sus responsabilidades bíblicas.
Consideremos ahora un factor más. En aquellos días, yendo hacia atrás todo lo que puedo recordar, muchas iglesias no trataban los asuntos del divorcio y el nuevo casamiento, porque (como apunté) esta cuestión no tenía importancia. El divorcio era virtualmente desconocido entre cristianos hasta hace unos veinticinco años. Por ello, la Iglesia podía cerrar los ojos sobre el tema. Era conveniente, porque el divorcio estaba embrollado y los pasajes bíblicos no se mostraban fáciles de entender. Entonces, también, los nuevos con vertidos eran pocos, de modo que había menos personas ya divorciadas que entraban en la Iglesia, de las que entran hoy. Además, la sociedad (como hemos dicho) no veía con buenos ojos el divorcio, y las leyes presentes hacían el divorcio difícil, de modo que también había menos fuera de la Iglesia. Las iglesias conservadoras, respaldadas por esta postura ética de la sociedad, en general, tenían muy pocos casos que resolver. En general seguían una política de no intervención.
Había algunas excepciones, naturalmente. Pero, en conjunto, las iglesias conservadoras se mantenían en una ignorancia feliz, por encima de estos asuntos sórdidos y mundanos, y no tenían por qué dedicar tiempo y sudor a estudiar y resolver los problemas desconcertantes y desagradables relacionados con toda esta área. Pero hubo un rudo despertar cuando las cosas dieron media vuelta; la nueva moralidad sacó ventaja y se proclamó victoriosa, y la Iglesia, pillada desprevenida, no supo qué decir.
La Iglesia pudo fácilmente mantener su actitud de «yo soy más santo que tú» cuando había tan pocos casos con que enfrentarse (o sea, que podían ser esquivados). Estos casos solían darse en vidas que habían naufragado, después de todo. Y se pensaba: «¿No son estos casos sospechosos?»
Algunos divorciados consiguieron sobrevivir a este tratamiento por su cuenta. Otros se fueron, ¿quién sabe adonde? Muchos se eliminaron de la primera fila, nada de cargos, de enseñar, incluso de cantar en coros, porque eran «divorciados», y, así, pasaron a ser ciudadanos de segunda clase en el reino de Dios.3
Y la mayoría de pastores nunca, en ningún caso y bajo ninguna circunstancia, volvía a casar a las personas divorciadas; ésta era la actitud general. Los pastores defendían con éxito sus posiciones atrincheradas en métodos y reglas, o sea, política operativa: «Me sabe mal, pero nosotros no casamos a las personas divorciadas.» No se hacía pregunta alguna sobre el pasado; había ocurrido un divorcio y ¡esto era bastante! Este tipo de actitud no ha desaparecido del todo. Hoy persiste todavía en algunos puntos, y ciertamente va siendo reforzada por medio de enseñanzas que circulan por todo el país.
De modo que todo esto hemos de tenerlo en cuenta como fondo para nuestra discusión. Es así que hemos llegado al punto en que estamos. Bien, y si es así, ¿dónde estamos?
Vivimos en una cultura ambiental en transición. Vivimos en unos días en que todos los valores son discutidos (tanto dentro como fuera de la Iglesia). Han sido arrancados de raíz, echados al aire, y ahora empiezan a posarse como una ensalada mezclada toda ella.
1) Los cristianos están confusos. No saben seguro lo que han de creer.
2) No saben lo que es tradición y lo que es bíblico.
3) Quieren rechazar las tradiciones de los hombres en favor de una posición más bíblica.
4) Pero no saben dónde hallar la ayuda que necesitan. Personalmente, esto me gusta a mí.
Hay oportunidades para pensar bíblicamente, de nuevo, sin los estorbos de prejuicios, que realmente no tienen base para que sean aceptados por personas que quieren pensar de modo bíblico. Es un momento magnífico en que ministrar la palabra. Con todo, tiene sus propias tentaciones. El radicalismo —de la clase que lo echa todo, lo bueno y lo malo— prospera en períodos así. El miedo al radicalismo, por otra parte, ahoga los cambios buenos y el verdadero progreso en el pensamiento. Pero no hemos de permitir que los extremos impidan el progreso en entender y aplicar las Escrituras. La gran ventaja de un período así es que los cristianos conservadores están dispuestos a prestar atención seria a los nuevos puntos de vista, con tal que sean realmente bíblicos. Mi propósito en este libro es explorar las Escrituras y llegar a posiciones más concretas y más definidas de carácter bíblico. Quiero ser tan bíblico como pueda. El lector puede decidir si lo he conseguido o no.
No hay otra posibilidad. La Iglesia está sufriendo. Las personas divorciadas son una avalancha en nuestras congregaciones. Los nuevos casamientos tienen lugar por todas partes. ¿Es recto? ¿Es malo? ¿Sobre qué base se trata a las personas divorciadas? Estas preguntas y otras muchas similares no pueden ya ser descartadas, no se puede hacer a las mismas oídos sordos. Por el hecho de que creo tener algunas respuestas (aunque no todas), considero que no debo abstenerme en intentar aclarar tantos problemas como pueda. El lector tiene en las manos el fruto de mis esfuerzos.
Dije antes que me gusta el hecho de que la Iglesia no puede ya evitar tratar esta área durante más tiempo. Esto es verdad; la frecuencia de las preguntas y la enormidad del problema presente ha llevado a innumerables peticiones de que se escriba un libro así.
Reconozco que este libro llega demasiado tarde para ayudar a muchos. Pero quizá podemos recobrar algo y evitar más traspiés.
Reconozco, también, que hay muchas personas que preferirían barrer el problema dejando todo el polvo bajo la alfombra. Este hecho no va a detenernos. Ni debería frenarnos el peligro implicado. Hablo de peligro a propósito. Hay algunos —quizá más de lo que parece— para los cuales ésta es la más explosiva de todas las cuestiones. La murmuración, el cisma, incluso el adulterio (tal como ellos lo ven), todo les parece perdonable; pero ¿el divorcio? ¡Nunca! Es un asunto altamente cargado de pasión para ellos, y pasan un mal rato incluso reconsiderando de nuevo lo que la Biblia tiene por decir sobre el divorcio y el nuevo casamiento debido a sus emociones exacerbadas. Es por esto que hay algún peligro al escribir sobre el divorcio y el nuevo casamiento. Desearía que si el lector es uno de estos cuyos sentimientos sobre el tema son intensos, hiciera por lo menos tres cosas:
1) No me descartara sin más. Me escuchara y considerara seriamente lo que tengo que decir, aunque luego lo rechace.
2) Reconociera que mi deseo es honrar a Cristo siendo tan escritural como me sea posible.
3) Tratara de poner los prejuicios a un lado y doblegara sus emociones al leer.
Por amor de la Iglesia de Cristo tengo que escribir, cueste lo que cueste.
Naturalmente, esto es sólo parte de la historia. Hay muchos —un número creciente— que no se contentan con esconder la cabeza bajo la arena. Quieren saber lo que enseña la Biblia sobre estos asuntos y cómo pueden poner en vigor esta enseñanza al aconsejar a otros y en sus propias vidas. Es para éstos que he escrito especialmente este libro.
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1 En mi opinión, ésta es una de las razones por la que muchos libros sobre el divorcio no han dado en el blanco
2 Ésta es una razón principal que explica los problemas que ahora tenemos.
3 Con frecuencia importaba poco el que fueran «inocentes» o «culpables», el que el divorcio fuera legítimo bíblica- mente o no lo fuera; el ser «divorciado» bastaba para descalificar a uno (a pesar del arrepentimiento, ofrendas, etc.).
tomado originalmente de © www.ministros.org
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tomado de http://www.ministros.org/Estudios/vida cristiana/matrimonio/indice matrimonio.htm
Las Virtudes Espirituales de la Mujer. Un sermón por Pastor David Cox explicando la virtud (fuerzas morales y espirituales) de la mujer según que Dios nos explica en la Biblia. Desde el amor entre las personas de la Trinidad, Dios quiso que el ser humano tiene esto mismo amor. Creó Dios a la mujer para un regalo de demostrar al hombre que tan bueno puede ser el amor, afecto, y cariño. El gozo de amar a alguien. Entonces, duplicó este amor por mandamiento entre la pareja, (hizo la mujer por esto). La mujer debe ser el acompañante social del hombre. Esto es su mayor fuerte espiritual.
Video Virtudes Femeninas